lunes, 20 de diciembre de 2010

500 Days of summer, The time traveler´s wife, Remember Me.


Hay algunas películas que están ahí, esperan a que las veas y cuando lo haces, no las olvidas. Algunas son mejores, otras peores, pero tienen algo que las hace especiales para uno. Cuando fui al cine a ver “Recuérdame”, pensé que iba a contemplar una película con Rob Pattinson en su tinta de bohemio neoyorkino desarrapado y sexy. Pero me encontré con algo que hacía remover algunos cimientos interiores. El tiempo pasa, los instantes se consumen y renacen. Y al final, cuando uno menos se lo espera, las cosas pasan. Después sólo vivimos si alguien recuerda que llegamos a existir… somos tan pasajeros como las personas que consiguen amarnos. Y siempre que llego al final de esta película, se me para el mundo. En conexión con esta cinta, y con esas ideas. El tiempo, el amor o vivir. Aparece “La mujer del viajero en el tiempo”, una película absolutamente preciosa basada en una novela (como casi todo hoy en día) y que ha sabido contar una trama compleja de forma sencilla, sin almíbar, sólo con la sensación de que el destino funciona de forma extraña, y que el amor rompe barreras difícilmente descifrables. Se te va encogiendo el estómago y es fácil sentir cientos de cosas dentro según te vas dando cuenta de cómo puede acabar. Porque es eso, la fragilidad de lo mortal, del tiempo contado, del final, lo que hace que el resto de las cosas tenga sentido. Y de pronto, aparece algo tan kitch, tan sublime y tan encantadoramente real como “500 días juntos”. Una película en la cual todo está a la altura. Los dos protagonistas, la simpáticamente extravagante Zooey Deschanel, y el atractivo y talentoso Joseph Gordon-Levitt; el guión afilado, coherente, realista; la música más que cool; los secundarios, el ritmo de esos 500 días, el final, el principio, la mitad. Es una de mis películas favoritas, y sólo la he visto una vez. Pero es fácil enamorarse de algo que habla del amor imperfecto, desigual, incoherente, real. Del yo me enamoré de ti, más que tú de mí. “Lo que pasó, fue la vida” dice el protagonista nada más empezar, y deja claro que “es una historia de chico busca chica, pero no es una historia de amor”. Es tierna, graciosa, una muestra del esplendor del cine auténtico. Del auténtico romanticismo, y de la creencia en los dos lados del amor, depende de en cuál estés, las vistas desde el banco del parque pueden ser siempre perfectas.

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